Cuando tenía 4 años le dije a mi madre: “Mamá, de mayor voy a ser pintora. Pero pintora de cuadros mamá, no de paredes” – “Hija, dedícate a otra cosa, que los pintores se mueren de hambre”, respondió mi madre con todo el amor del mundo. En ese instante se me forjó la creencia de que si hacía lo que me apasionaba, me moriría de hambre, así que dediqué mi infancia y adolescencia a tratar todas mis inquietudes artísticas como un hobby. Asistí a clases de piano, guitarra, canto, teatro, dibujo, pintura, baile… Y no fue hasta que mis profesores tanto de dibujo como de piano me dijeron que yo era un “diamante en bruto” y que debía dedicarme a ello, que me lo comencé a plantear como una opción en serio.
A los 16 años pasé por una depresión intensa aunque tan silenciosa que no permití que nadie de mi entorno se percatara de ello. Quería estudiar Bellas Artes, ser escritora, ir al conservatorio de piano, ser actriz en musicales… Ninguna profesión artística convencía a mis padres: “Haz lo que quieras pero piensa en tu futuro, los artistas se mueren de hambre, busca una profesión con salidas”, me recomendaban. Y mi miedo a defraudarles hizo que eligiera estudiar Publicidad, creyendo que como creativa iba a poder aplicar todos mis talentos.
Me equivoqué claramente. Tras el primer año de trabajo como creativa en una agencia de publicidad estaba a punto de tomar antidepresivos. Ese trabajo definitivamente no era como yo lo había imaginado. Fue la Danza Oriental, mi “profesión-afición” paralela, la que me salvó de medicarme durante los siguientes 5 años. Pero ese salvavidas emocional dejó de funcionar en 2011 y tuve que dejarlo todo. Estaba agotada física, mental y emocionalmente y me sentía completamente bloqueada a nivel creativo.
Rompí absolutamente con todo. Me alejé de los espectáculos y abandoné la agencia de publicidad en busca de mí misma. Me adentré en el mundo de las terapias alternativas, de la reprogramación mental, del coaching, del eneagrama y de las técnicas de liberación emocional. Han sido unos años intensos, de superación personal diaria, de enfrentarme a mis miedos, a mis creencias y a mis “monstruos” personales.
Pero el mayor reto ha sido darme permiso para SER quien yo quiero ser, y dedicarme a lo que realmente me apasiona. Mi mayor reto durante estos últimos años ha sido mi autoengaño constante a nivel profesional, buscando alternativas que me gustaban y que podrían ser consideradas “un trabajo real” por mis padres. Y lo más importante de todo, es que no era ni siquiera consciente de ello. Intentaba tirar del carro para salir adelante y lo único que conseguía era seguir agotada físicamente. Mi cuerpo me gritaba que ese no era el camino, pero mi miedo me impedía ver con claridad.
Los últimos 6 meses han sido una auténtica revolución para mí. He aprendido a soltar todo aquello que ya no necesito en mi vida, de una forma tan fácil y rápida, que me he liberado de todos los pensamientos, creencias y emociones que estaban colaborando a seguir perdida laboralmente. Y ha sido cuando he ido soltando todo ello, que poco a poco he vuelto a conectar con esa certeza que tenía de pequeña, con esa confianza inquebrantable y con esa pasión que es capaz de mover montañas. Las nubes que disipaban mi visión han desaparecido por completo y cuando he tomado la decisión de avanzar cueste lo que cueste con mi sueño de dedicarme a las artes, de repente mi cuerpo ha soltado esa fatiga que acumulaba y me siento más enérgica y centrada que nunca.
No hay nada más poderoso que la energía que genera tu pasión verdadera. Podría haber seguido toda la vida pegándome contra muros invisibles, agotada por avanzar hacia un camino que no era el que deseaba mi corazón sinceramente… Podría haber sido infeliz toda mi vida, autoconvencerme de que era la “misión” que debía de cumplir. Pero he elegido seguir con mi pasión y cumplir con la verdadera misión que tenemos todos en la tierra: “SER FELIZ”.
¿Y tú, cuál es tu pasión verdadera?