Esperando en el andén a que llegara el metro, escucho la siguiente conversación entre una niña de unos 8 años y su madre:
– “Mamá, ¿tu sabes que hay una carrera que hacen aquí en el metro?»
– “¿En serio?»
– «Sí, corren por aquí por las vías»
– «Será en horario donde no circulan los trenes, no?»
– «Seguro»
– «Y tú, ¿como sabes que hay una carrera?»
– «Mira (señalando un anuncio de metro de Madrid), ahí lo dice: <<Una bebida isotónica antes de salir a la pista de Canal>>» – «Pero eso es otra cosa, no lo dice por eso»
– “¡¡Sí, sí, es por eso!!»
La convicción de la niña era tal, que consiguió hacerme reír durante un buen rato. Estaba claro que por más que la madre intentara razonar con ella, no iba a convencerla de lo contrario.
El caso es que me hizo reflexionar acerca de la diferencia entre cuál es MI realidad y cuál es LA realidad. Y he llegado a la conclusión de que es prácticamente imposible que algún día coincidan. Mi percepción del mundo, de la vida, de las relaciones, de la realidad, etc., siempre va a estar filtrada por mis pensamientos, mis creencias y mis emociones. Por tanto, lo que yo perciba no va a tener nada que ver con lo que perciban los demás, porque cada uno lo filtrará a través de sus propios pensamientos, creencias y emociones. ¿Entonces, qué es lo que ocurre? Permíteme explicártelo con un ejemplo gráfico.
Imagínate que tanto tú como yo estamos encerrados en una habitación completamente a oscuras, y no podemos ver nada a excepción de lo que está iluminando una pequeñita linterna que tenemos colocada a la altura del entrecejo y que sólo deja ver aquello que estamos mirando. Imagínate que yo estoy situada en una parte de la habitación y veo que hay una puerta y un cuadro colgado de la pared. Y tú estás situada en otro lado de la habitación y ves que hay una ventana y una cama. Imagínate qué tipo de conversación tendríamos si cada uno nos obcecamos en defender nuestra realidad:
– “En esta habitación hay una puerta y un cuadro”
– “No, eso es mentira, aquí no hay nada de eso, hay una ventana y una cama”
– “Se te va la olla, ¿no ves la puerta y el cuadro?”
– “Que te lo estás inventando, eres una mentirosa, deja de decir tonterías”
Y podríamos estar discutiendo eternamente para defender nuestra realidad si no cambiamos nuestro punto de vista en ningún momento. La única forma de llegar a conocer un poco más LA realidad es ponernos como quien dice “en los zapatos del otro” y mirar a través de su punto de vista. Sólo en ese momento, podremos llegar a comprender lo que realmente quería decir y ampliar nuestra visión del mundo, de la vida, de las relaciones y de la realidad.
No existe diálogo cuando uno no está dispuesto a ponerse en el punto de vista del otro. Si queremos cambiar la situación actual, debemos estar preparados para cuestionar primero nuestra realidad y segundo permitirnos cambiar de opinión y darle la razón al otro (si es que la tiene).
¿Estás dispuesto a ponerte en los zapatos de los demás?
Deja tu comentario abajo y cuéntanos tu experiencia. Nos vemos!