Buscándome a mí misma
Cuando dejé la agencia de publicidad en 2011, todo el mundo daba por sentado que me iba a dedicar por fin exclusivamente a la danza del vientre, que era mi profesión-pasión paralela desde hacía más de una década. Pero cuando les explicaba que también iba a dejar los escenarios, se producía el efecto “asesor personal” y todos comenzaban a decirme qué era lo mejor para mí. Escuché propuestas de todo tipo, desde las más conservadoras como: “¿Por qué no das clases de arte en algún colegio?”, “A ti se te daría genial dedicarte al coaching”, “Aunque dejes los escenarios, podrías dar clases de danza en alguna academia”, “¿Has pensado en dedicarte a la organización de eventos?”, etc. Hasta las más descabelladas como “¿Y por qué no te vas tres meses de retiro a algún centro budista para meditar?”, o “Tú lo que tienes que hacer es tener una aventura con un tío buenorro que no sea Edu, para que te ponga las pilas y te suba la autoestima”. (No, no me lo he inventado, y sí, me lo dijo completamente convencida una amiga).
Me di cuenta de que siempre había estado haciendo lo que otros esperaban de mí y tomé la decisión más acertada de mi vida: No seguir los consejos de nadie. Decidí no hacer nada hasta que yo no me sintiera bien conmigo misma. Comencé entonces mi camino de desarrollo personal, formándome en todo tipo de terapias para aplicármelas a mí misma y lograr estar bien, porque por aquel entonces había tocado fondo y no sabía por qué. Mi apariencia externa siempre mostraba mi optimismo patológico y una sonrisa de oreja a oreja. Pero por dentro me sentía totalmente infeliz, llevaba más de un año con fatiga crónica, dos años completamente bloqueada a nivel creativo y mi corazón se marchitaba lentamente sin ningún motivo aparente.
Durante 3 años me convertí en una cursillista patológica, formándome en todo tipo de técnicas y terapias para aplicármelas a mí misma: Coaching, programación neurolingüística, hipnosis, Eneagrama, método Sedona, EFT, Código Emoción, EMDR, Kinesiología, Craneosacral, Sanación Energética, meditación, mindfullnes y varias pajas mentales que decidí alegremente descartar de mi vida.
Más perdida que el alambre del pan de molde
Fue ahí cuando comencé a andar como un pollo sin cabeza a nivel profesional. Iba buscando por todos lados la forma de ganarme la vida, así que hice de todo: dar clases de danza del vientre, realizar sesiones de sanación energética, impartir cursos de Registros Akáshicos, vender zumos, realizar colaboraciones en cursos de desarrollo personal, animar en eventos de todo tipo, realizar trabajos esporádicos como diseñadora gráfica… Aceptaba cualquier trabajo que me ofrecieran porque como no tenía ingresos fijos, mi economía iba de mal en peor. Además, mi cabeza no paraba de buscar ideas para poder ganar dinero, ya fuera a través de creación de cursos online o incluso estuve mirando la opción de adquirir una casa rural e irme a trabajar allí. Todo esto, porque estaba más perdida que el alambre del pan de molde.
Después de muchas horas tiradas a la basura con técnicas que no valían para nada y de mucho trabajo personal, comenzó a gustarme la idea de ayudar a otros a través del coaching y como tenía una amplia experiencia como artista multidisciplinar, empecé ahí mi proyecto de Coaching para Artistas. Pero aunque empecé a recibir en mi consulta a artistas, sentía que algo fallaba. Quería prosperar en mi negocio, pero había algo que me frenaba y no sabía qué era. Fue ahí cuando Eduardo me hizo el mejor regalo de mi vida: una sesión de coaching con caballos con Pilar Ocaña.
Coaching con caballos
Cuando Pilar me preguntó cuál era mi objetivo a conseguir durante la sesión, le dije: “Tengo muy claro lo que quiero hacer en mi negocio de coaching, sé cómo hacerlo, pero hay algo que me impide dar los pasos necesarios para hacerlo. Por algún motivo me estoy autosaboteando y no sé por qué.” Sinceramente, no tenía ninguna esperanza en que pudiera solucionar mi problema, pero ya que me lo habían regalado quería probar por si me ayudaba en algo. Pilar, en cambio, parecía como si le hubiera dicho que no sabía hacer la O con un canuto y ella tuviera el canuto. Me sonrió y me dijo que íbamos a trabajar mi meta.
Fuimos al establo, donde me pidió que entrara sola para observar e interactuar con los caballos para saber con cuál iba a trabajar. “Relájate y siente si algún caballo te transmite algo diferente”, me dijo. ¿Relajarme? Estaba súper nerviosa. Tenía alergia a los caballos desde hacía 4 años y al rato de estar en contacto con ellos, mi nariz comenzaba a competir por ser la productora de mocos más eficaz del mundo, mis ojos se enfurecían y mis pulmones comenzaban su huelga de trabajadores. Y todo eso sin contar con que si un caballo me roza con el morro cualquier parte del cuerpo, ésta reacciona a sus babas como si me hubiera picado un insecto gigante y me sale un eccema enorme que pica tanto que me entran ganas de arrancarme la piel. Sí, soy sadomasoquista y sólo a mí se me ocurre ir a una sesión de coaching con caballos teniendo alergia a éstos… Y sí, soy un poco soñadora compulsiva porque siempre imagino: “Hoy seguro que no me da alergia”.
Ignorando felizmente las posibles consecuencias, me adentré en el establo, comencé a observar a todos los caballos y a tocar a los que me gustaban más. (Sí, tocar y con alergia…) La verdad es que estaba tan nerviosa que no sentía nada de nada al tocar a los caballos, hasta que de repente, al tocar a una yegua todos esos nervios desaparecieron de golpe, me sentí super tranquila y relajada y supe que había encontrado mi caballo. “¿Qué representa este caballo para ti?”, me preguntó Pilar. – “Mi Confianza”, respondí. “Bien, pues coge a tu confianza y vamos a la pista”.
Polígrafo de la verdad salvaje
Me dirigí a la pista con Mi Confianza, una yegua blanca preciosa, donde Pilar había preparado con cuerdas un recorrido en forma de camino serpenteante que finalizaba en un semicírculo que representaba mi meta profesional. Me pidió que me dirigiera hacia la meta con Mi Confianza y que le empezara a hablar de mi proyecto. Cuando comencé a hablarle a Pilar de mi proyecto de coaching para artistas, el caballo empezó a ponerse entre medias de nosotras dos y no me dejaba hablar con ella tranquilamente. Según Pilar, a Mi Confianza no le estaba gustando nada lo que yo estaba diciendo y, mientras tanto, yo pensaba que el caballo era tonto. Yo no comprendía qué iba a saber un animal “descerebrado” sobre mi proyecto de coaching, pero confiaba en Pilar, así que seguí sus instrucciones. “Dime Sara, qué significa para ti que el caballo no te deje hablar conmigo” – “Pues que quizás este proyecto tal y como lo estoy pensando no es lo mejor para mí” – “Bien, háblame de qué es lo que quieres conseguir con el proyecto en el futuro”. Mientras yo continuaba profundizando en los detalles del proyecto, Mi Confianza empezaba a revolverse, se salía del semicírculo, me daba la espalda y estaba bastante inquieta. “No le está gustando nada lo que estás contando”, me decía Pilar, mientras yo me empecé a agobiar porque aunque tenía muy clara la idea en mi mente, ya no sabía qué más decir o hacer para agradar al caballo.
“Párate, piensa qué es lo que harías si no necesitaras el dinero para vivir. ¿A qué te dedicarías?”. Comencé a imaginar esa situación ideal en la que no necesitara trabajar para vivir, visualicé qué es lo que me gustaría hacer a lo largo del día y en ese momento, Mi Confianza se acercó a mí y apoyó su morro en mi corazón. “Mira lo que ha hecho el caballo, ¿qué estabas pensando que le ha gustado mucho?”. Tuve que hacer un esfuerzo para ser consciente de lo que podía haberle gustado, porque mi mente había catalogado esos pensamientos como tonterías y los había descartado por completo. Cuando me di cuenta de qué era lo que había estado divagando, un escalofrío recorrió toda mi piel y dije con voz entrecortada: “Estaba pensando que si realmente no tuviera problemas de dinero, me dedicaría a ser artista, a pintar, escribir, hacer teatro, baila…” No pude terminar de hablar porque las lágrimas comenzaron a salir a borbotones. ¿Cuándo enterré todos mis sueños en el pozo del olvido? Me sentía avergonzada por ponerme a llorar de esa forma descontrolada, pero era como si se hubiera abierto un grifo de tristeza y no encontrara la llave para cerrarlo. Mientras le contaba a Pilar entre sollozos lo que quería hacer como artista, Mi Confianza acariciaba mi mano con su morro en señal de aprobación. Ese caballo descerebrado sabía mejor que yo cuándo me estaba mintiendo a mí misma y cuándo estaba siendo sincera de verdad. Un polígrafo no hubiera detectado la mentira, porque me la había creído de verdad.
Pilar me preguntó: “¿Y por qué no te dedicas ya a ser artista?” Una vocecita dentro de mi cabeza gritó: “¿Estás loca? Eso es imposible” y cuando mi boca dijo el primer “Es que…”, Mi Confianza me pegó un mordisco en la mano que me dejó la señal durante dos semanas. Me pegó un bocado tan fuerte que todavía me acuerdo del dolor. “¿Qué significa para ti que te haya mordido el caballo? porque no suelen morder nunca…”, me dijo Pilar. “Pues que me hago daño al dudar de mí misma”. Necesité verbalizar aquello para reconocer y aceptar lo que yo quería hacer. Y a partir de ese momento, Mi Confianza y yo comenzamos a relacionarnos de forma diferente, ya que dejé de querer tener el control y le permití que actuara como la representante de mi subconsciente.
Avanzando con mi confianza
Una vez definida mi meta de ser artista, fuimos a la entrada de la pista donde había un montón de juguetes: tubos de gomaespuma para natación, peluches, cojines, conos, cuerdas… Pilar me pidió que escogiera tres objetos que simbolizaran mis frenos, otros tres que simbolizaran mis fortalezas y que les pusiera una pegatina con aquello que representaban.
Mis frenos:
- Mi desvalorización, sentirme insegura en cuanto a mis habilidades artísticas.
- Sentirme responsable de la economía familiar
- La creencia de que no iba a poder vivir de mi arte porque “los artistas se mueren de hambre”.
Mis fortalezas:
- Mi creatividad
- Eduardo
- Mi amor propio
Cuando terminé de colocar en el camino todas mis fortalezas y debilidades, me acerqué con Mi Confianza a la entrada para iniciar el recorrido juntas. “Mi desvalorización” bloqueaba el acceso al camino, y lo primero que hizo Mi Confianza al verla, fue acercarse, olerla y pegarle una patada tan fuerte, que la sacó del recorrido. Me hizo reír. Era obvio que la inseguridad desaparece en cuanto entra la confianza y estaba claro que no debía dejarme frenar por ella. Entramos en el recorrido y a los pocos pasos nos encontramos con “Mi creatividad”. Mi Confianza se acercó a ella y la acarició con el morro. Me quedé atónita. ¿Cómo un caballo podía hablarme con tanta claridad? Seguimos caminando, nos encontramos con “Ser responsable de la economía familiar” y Mi Confianza comenzó a pegarle empujones con el morro hasta que logró sacarlo de la pista. Unos pasos más adelante estaba el peluche que representaba a Eduardo, mi compañero de vida, mi marido, mi mejor amigo, mi socio, mi amante, mi confidente, mi todo… A Mi Confianza le gustó tanto como a mí y comenzó a acariciarlo con el morro.
Seguimos nuestro trayecto juntas hasta que Mi Confianza se quedó parada en seco, mirando mi última debilidad: la creencia de que no iba a poder ganar dinero con mi arte. No sabía cómo iba a poder sortear ese bache, así que pensé que quizás podría situar a Eduardo al lado simbolizando que él me podía apoyar económicamente, pero en cuanto moví a Eduardo de su lugar, Mi Confianza se inquietó muchísimo y comenzó a empujarlo con el morro hacia atrás hasta que lo volvió a dejar en el mismo lugar donde estaba antes. Su actitud me hizo darme cuenta de que aunque Eduardo me mantuviera económicamente, yo podría seguir siendo una artista que no gana dinero con su arte. Me sentía bloqueada y no tenía ni idea de cómo avanzar. Yo estaba paralizada y Mi Confianza volvía a estar clavada en el sitio. “Si no sabes cómo avanzar, pregúntale a tu confianza”, me dijo Pilar. Miré a Mi Confianza a los ojos con la desesperanza de quien no tiene nada que perder por intentarlo y le dije: “Confianza, ¿qué hago para sortear este obstáculo?”. Y mi querida yegua agachó la cabeza, olisqueó mi zapatilla y me pegó otro bocado en el pie. No dolió como el mordisco de la mano, ya que la zapatilla amortiguó, pero fue como si algo se iluminara dentro de mi cabeza y tuviera claro lo que tenía que hacer. Sólo tenía que empezar a dar los pasos necesarios para llegar, así que cogí a Mi Confianza y comencé a avanzar por el camino. A cada paso que daba el camino se hacía más fácil y Mi Confianza y yo nos íbamos compenetrando más, hasta pasar por “Mi amor propio” y terminar el camino juntas como si fuéramos una sola.
Integrando mi confianza
Finalmente cuando llegamos a la meta, sentí una transformación dentro de mí. Después de la llorera que me había pegado, la frustración, la incertidumbre, las dudas, los miedos y el ataque de alergia que sufrí durante todo el proceso, me sentía liberada, como si me hubiera quitado un gran peso de encima. Estaba completamente en calma y llena de alegría. En la meta comencé a hablar de lo que quería hacer: pintar, escribir, actuar, bailar, cantar, crear… y según se lo contaba a Pilar, Mi Confianza estaba tan tranquila y calmada como yo, a mi lado, apoyándome en mi decisión y haciéndome recordar lo que mi corazón deseaba desde que tenía tan sólo 4 años. Había agotado varios paquetes de pañuelos, tenía los ojos como dos tomates y la piel llena de sarpullidos, pero me sentía tan agradecida a Mi Confianza, que no pude evitar darle un largo abrazo mientras le decía: “Gracias, gracias, gracias”.

Mientras escribo esto, se me saltan las lágrimas, pero no de tristeza, sino de alegría, porque ese caballo cambió mi vida para siempre. El primer cambio que hice fue dedicar todo un año a hacer un máster para artistas totales, en el que disfruté asistiendo a clases de todas las ramas artísticas: dibujo, poesía, música, teatro, pintura, narrativa, fotografía, danza, grabado, escultura… Y me lo pasé en grande, disfruté como nunca en cada taller y aprendí muchísimo, no sólo a nivel técnico, sino de mí misma y de los artistas.
Y tras sanear mi economía volviendo a trabajar para agencias de publicidad como freelance, Mi Confianza, que ahora residía en mi corazón, comenzó a patearme el culo para que volviera a dedicarme a lo que realmente me apasiona. Fue ahí cuando nació mi cuento “La Fresita Que No Quería Ser Cupcake” y el musical de Fresita con el que tanto he disfrutado. Sigo creando, ya he terminado otro cuento y tengo en mente el siguiente. Y estoy abierta a dejar que la vida me sorprenda. Mi Confianza quiere dejar de pastar en la pradera y salir corriendo libremente por los bosques de la incertidumbre. Allá voy!!