En Por qué soy artista, expliqué que al sentir que mi familia iba en una línea y que yo estaba en otra onda me sentía totalmente incomprendida por ellos. Fue entonces cuando comencé a dudar de mi propia identidad. Yo no me sentía identificada con ellos, con lo cual, si yo no me parecía a mis padres y no me parecía a nadie a quien yo conocía, entonces ¿Quién era yo? Así que comencé a crearme una identidad de ser única, diferente y especial.
Algo que es inherente a todos los que tenemos personalidad de artista es que TODOS nos sentimos únicos, diferentes y especiales. Y como nuestra identidad se basa en esa singularidad, consciente o inconscientemente vamos a hacer todo lo posible para seguir siendo únicos, diferentes y especiales. Puesto que en la infancia nuestro concepto de “normal” se construye a partir de lo que vemos en nuestro entorno, haremos todo lo posible para salirnos de dicha normalidad convirtiéndonos en muchos casos en la oveja negra, verde o multicolor de la familia.
En busca de una identidad opuesta a los padres
Es curioso cómo observando a todos los artistas que conozco y que he tratado, en mayor o menor medida, todos son polos opuestos a sus padres. Por ejemplo, si los padres de un artista son de clase media-alta, tradicionales, les gusta vestir bien, tener todas las comodidades en la casa, etc., el artista se hace hippy, bohemio, viste de mercadillo, se pone rastas, se rapa la mitad de la cabeza, se tiñe el pelo del color más raro que encuentre, se une a alguna pandilla urbana en la que visten de forma extravagante, se hace okupa, se va a vivir al monte en plan ermitaño, le da por la espiritualidad, vende todas sus pertenencias y empieza a vestir como un monje zen… Todo ello, buscando su identidad lo más alejado de sus padres posible.
En cambio, cuando los padres son de familia obrera, humilde, de clase media-baja, etc., ahí el artista se va al lado opuesto: viste elegante, va a los sitios más exclusivos, le gusta todo lo que tenga que ver con el lujo y va a hacer todo lo posible para vivir un estilo de vida ejecutivo-agresivo de New York para forjar su identidad en ese mundo. Y lo curioso de esto es que llega un momento en el que no se ven a sí mismos como artistas, sino que están convencidos de que son “triunfadores” (personalidad 3 de eneagrama). De hecho me ha pasado ya con dos amigas, que son empresarias de éxito y estaban convencidas de que tenían personalidad de triunfadoras. La cuestión es que al conocerlas en profundidad, me di cuenta de que sólo era una identidad aprendida, un talento adquirido tras muchas horas de trabajo. Al igual que todos somos creativos pero no todos tenemos personalidad de artista, todos tenemos capacidad de tener éxito y no por ello tener personalidad de triunfador. Ellas tienen una sensibilidad y una emocionalidad que son indiscutiblemente de la personalidad del artista, sólo que se forjaron la identidad a partir de la referencia de sus padres.
Mi búsqueda personal
En mi caso el ejemplo más claro de mi identidad opuesta a mis padres es en cuanto a la forma de vestir. Mi madre siempre ha sido una mujer a la que le ha encantado ir a la última moda, maquillada, bien arreglada, con taconazos… siempre ha sido súper moderna y cada vez que salía de casa iba impecable. Y yo, siempre he rechazado todo tipo de maquillaje, la ropa sexy, estampados en la ropa, tacones, etc. Yo con 17 años vestía literalmente como un chico. Mi modelo favorito era ponerme unas deportivas sucias con unos pantalones que habían sido de mi hermano que me quedaban 3 tallas más grandes, una sudadera de esas que se llevaban en los 90 cinco tallas más grande, y una camiseta de cuando mi hermano tenía 5 años, que me quedaba tan ajustada que casi no podía respirar.
Mi madre intentaba de todas las formas feminizarme un poco y de vez en cuando me compraba algún modelito súper sexy, ya fuera alguna minifalda o alguna camiseta con escote. Yo alucinaba cuando salía con mis amigas y algunas se cambiaban de ropa para vestirse más sexys porque sus padres no las dejaban porque parecían “putillas”. Y en cambio ellas alucinaban conmigo cuando les decía que yo tenía ropa mucho más provocativa que me había comprado mi madre y que no me la quería poner. Afortunadamente gracias a la danza oriental conecté con mi lado femenino y dejé atrás esa etapa. De hecho ahora veo fotos y pienso: “¡QUE-HO-RROR!” Mis amigas hubieran dado lo que fuera por tener una madre como la mía, pero por aquel entonces yo necesitaba buscar mi propia identidad y todo lo que me dijera mi madre me servía a mí para hacer lo contrario.
Un ejemplo cotidiano
Una situación que se estuvo repitiendo durante años, sobre todo a lo largo de mi adolescencia es que cada vez que tenía que escoger cómo vestirme no sabía qué ponerme. Me bloqueaba por completo. Me sentaba en la cama con el armario abierto de par en par y me sentía incapaz de escoger nada. Así que cuando ya no aguantaba más llamaba a mi madre y se iniciaba una conversación parecida a ésta:
Yo: Mamá, ¿qué me pongo?
M: A ver, ¿por qué no te pones esto?
Yo: Mmmmmm no…
M: Entonces esto otro
Yo: Ni de coña
M: ¿Y eso de ahí?
Yo: ¿Pero qué dices? ¿Cómo voy a ir con eso?
M: Pues irías a la moda y bien guapa, no sé por qué no te lo quieres poner
Yo: ¡Porque no!
Y la tensión se iba incrementando entre nosotras porque yo era capaz de agotar la paciencia al mismísimo Dalai Lama. Y como yo cada vez me sentía más frustrada porque nada de lo que me ofrecía mi madre era de mi agrado, me iba volviendo cada vez más y más insolente, hasta que mi madre se hartaba y me decía: “¡Ponte lo que quieras!”. Lo curioso de todo esto es que era ahí cuando después de eliminar todas las propuestas de mi madre, yo era capaz de seleccionar la mía propia, que por supuesto, no coincidía con lo que me decía ella. Y mi madre tremendamente frustrada me decía: “¿Por qué me preguntas siempre mi opinión si luego haces lo que te da la gana?”
Yo no sabía explicarle el por qué, yo sólo sabía que necesitaba su ayuda. Y aunque no me ayudara de la forma que esperaba, en realidad lo hacía indirectamente. Esto es algo que he podido comprender ahora. Como artista en busca de una identidad única, diferente y especial, necesitaba tener una referencia “A” de lo que era normal en mi entorno para poder hacer B, C, D, X o Z. Es por ello que siempre le pedía su opinión, porque sin su referencia A, yo me sentía totalmente perdida.
Afortunadamente con el tiempo fui descubriendo qué era lo que realmente me gustaba y ya no necesito volver tarumba a mis padres para encontrarme a mí misma. Aunque la búsqueda de uno mismo para el artista puede durar toda la vida si no se gestionan bien las emociones. Pero de esto ya hablaré en otro post.
Y tú, ¿en qué eres la oveja negra de la familia? ¿Eran hippies y te has vuelto cosmopolita? ¿Nunca han salido del pueblo y eres un trotamundos? ¿Eran muy terrenales y tú te has metido de lleno en la espiritualidad? Cuéntanoslo 😉
Pingback: El mayor autosabotaje de mi vida - Artista360
Era igual en lo de la ropa cuando era adolescente jaja, ellos eran tradicionales y yo me volvi hippie un poco pero ya paso ese momento ahora estoy encontrando mi identidad, gracias Sara me paso casi todo lo del post, Saludos desde Perú 🙂